lunes, 17 de marzo de 2014

CIUDADES DEL GRAND TOUR A ITALIA (I): ROMA BARROCA

Cuando se visita por primera vez una ciudad con pasado cultural amplio, es difícil saber que ver, pero esto se multiplica hasta el infinito en una ciudad como Roma, pues no hay ninguna ciudad como ella. No es fácil por lo tanto, aconsejar cual es la mejor forma de tomar contacto. Por eso aquí solo trataremos la ciudad Barroca, las últimas décadas del siglo XVI y el siglo XVII.

Los papas Julio II y León X, entre 1503 y 1521, con ayuda de Miguel Ángel y Rafael, entre otros artistas, habían llenado la ciudad de obras de arte y belleza. Pero en 1527 las tropas de Carlos V entraron a sangre y fuego en la ciudad, saqueando las iglesias y los conventos, robando y dejando tras de sí un rastro de muerte y destrucción. Hasta tal punto, que la ciudad en 1528 era definida como “arruinada y deshabitada” “una ciudad cadáver”.

Así permaneció, durante medio siglo, hasta que el papa Sixto V (1585-1590) decidió devolver a la ciudad el esplendor que había gozado en otros tiempos. La ciudad de los papas debía rivalizar y superar a la ciudad de los césares romanos. Por ello, se embarcó en una frenética actividad urbanística que iba a cambiar la ciudad. Se terminó la cúpula de San Pedro, se restauraron acueductos, se construyeron fuentes, se levantaron obeliscos, se abrieron nuevas calles, en pocos años la ciudad se transformó.

Basílica de San Pedro con cúpula de Miguel Ángel al fondo

Es cierto, que antes que él, el cardenal Ricci había construido villa Medici y el papa Julio III había levantado para su recreo la villa Giulia, en las proximidades del puente Milvio. Además, Vignola edificaba il Gesú, y Giacomo della Porta terminaba las obras inconclusas dejadas por Miguel Ángel, los palacios del Capitolio y Farnese.

Fachada del Gesú

Pero todo esto, a pesar de su importancia, no dejaban de ser intervenciones puntuales. Sin embargo, la ciudad que dejó Sixto V presentaba largas y grandes calles rectas que se abrían en espectaculares tridentes, desde la Piazza del Popolo y desde Santa María Maggiore, creando un tremendo contraste con las calles medievales.

Tridente desde Piazza del Popolo

Aquellas calles nuevas, en las que destacaban los grandes obeliscos egipcios, que se levantaban ante el asombro de los habitantes de la ciudad, estaban pensadas para facilitar el tránsito de los peregrinos que acudían a Roma a visitar las siete grandes basílicas de la cristiandad: San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros, San Lorenzo Extramuros, San Sebastián de las Catacumbas, Santa Cruz de Jerusalén.

Interior de Santa María Maggiore

Actualmente solo las cuatro primeras son llamadas basílicas mayores, pues poseen puerta santa y altar papal. Los peregrinos tenían que visitar a pie, y en un día, las siete basílicas. El trazado rectilíneo de las calles y los obeliscos, fácilmente visibles desde lejos, permitían a los peregrinos orientarse a través del gigantesco campo de ruinas en que se habían convertido los alrededores de las basílicas. Pero aquellas calles, que se abrían a través de las zonas más deshabitadas del antiguo perímetro de la muralla aureliana, ofrecían nuevas posibilidades de desarrollo a la ciudad, que podía nuevamente crecer hacia la zona de las colinas, abandonada después de la caída del Imperio.

Iglesias gemelas y obelisco en la piazza del Popolo

La ciudad pensada por Sixto V era una Roma simbólica y sagrada, edificada “a la mayor gloria de Dios y de la Iglesia”, pero también, una ciudad practica y funcional, como lo eran la multitud de iglesias y conventos, surgidos al calor del fervor propiciado por la Contrarreforma, que con sus torres y cúpulas cambiaron el perfil de la ciudad.

Pero a medida que se iban atenuando las rígidas normas contrarreformistas, surgía una nueva generación de arquitectos y artistas, incluso de mayor talento, que los que habían trabajado en los últimos años del siglo XVI, que cambiaron el carácter del arte romano. Artistas como Michelangelo Merisi da Caravaggio, Annibale Carracci, Guido Reni, Francesco Borromini o Lorenzo Bernini, que sorprendían a los romanos con obras que poseían un espíritu sensual y pagano, que se apartaban de todo lo que habían visto hasta aquel momento.

Fachada de San Carlo alle quattro fontane de Borromini

Hipomenes y Atalanta de Guido Reni

A lo largo del siglo XVII la ciudad siguió creciendo y engrandeciéndose. Los papas quisieron mantener e incluso mejorar la belleza urbana. Un ejemplo fue el papa Urbano VIII (1623-1644), que quiso emular con Lorenzo Bernini la relación que Julio II tuvo con Miguel Ángel. Urbano VIII encargó a Bernini todos los proyectos que emprendió durante su pontificado, otorgándole una posición de privilegio que mantuvo incluso, con los sucesivos papas, a excepción de Inocencio X (1644-1655), que favoreció más a Francesco Borromini.

Desde esta posición hegemónica, Bernini, como arquitecto y escultor, dio a la ciudad la imagen de “Roma triunfante” que posee y manifiesta, como capital orgullosa de la Iglesia, vencedora frente al protestantismo. Esa Iglesia, que aparece gloriosa entre visiones celestiales en la “adoración del nombre de Jesús”, pintada por Baciccia en la bóveda del Gesú o la de “la alegoría misionera de los jesuitas” pintada por el padre Pozzo en el techo de la Iglesia de San Ignacio.

Pie de foto Bóveda del Gesú

Pero quizá, no hay mejor imagen para entender como era esa Roma y cuál era el impacto que se trataba de provocar, que las obras de Bernini. El artista que cambió la ciudad, que recibió tal cantidad de encargos y de tal magnitud, que le obligaron a mantener abierto un gigantesco taller en el que participaban un gran número de ayudantes, que seguían fielmente las directrices trazadas por él.

Obra suya es “el Baldaquino” de bronce, que se aparta por completo de los modelos arquitectónicos tradicionales para ajustarse a los modelos más teatrales. Destinado a destacar el altar bajo la grandiosa cúpula de San Pedro, a pesar de su gran tamaño parece exactamente lo que es: un palio procesional, pero de escala desmedida. Aun así, sigue gozando de la liviandad del objeto que le sirve de modelo. Incluso, parece como si el viento pudiese agitar sus adornos de tela, aunque el viento no puede entrar en un espacio cerrado y los adornos de tela son de bronce solido. Que por cierto, bronce sacado del Panteón, saqueo que dio mucho que hablar a los romanos, que entre la indignación y el sarcasmo manifestaban que “lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini”, familia a la que pertenecía el papa Urbano VIII.

Baldaquino de bronce

Bernini fue uno de los mejores escenógrafos de su siglo, pues incorporó a sus obras y a su arquitectura los recursos propios de la escena. Como autor, desde el baldaquino, está ligado al Vaticano, pues el diseño del interior de la basílica es obra suya, pero también lo es el exterior, la Plaza de San Pedro, que suponía resolver un difícil problema urbanístico. La plaza regularizaba un enorme espacio y lo ponía en relación con la fachada de Maderno y la cúpula de Miguel Ángel y al mismo tiempo, tenía en cuenta las necesidades ceremoniales papales. Además, la columnata que diseña Bernini tiene un claro significado, pues al ser la iglesia de San Pedro madre de todas las demás, simboliza los brazos que maternalmente abre para recibir a todos los católicos.

Plaza de San Pedro

Pero de Bernini son las fuentes con que llenó la ciudad. Destaca la Fuente de los Cuatro Ríos” en la piazza Navona, aunque también colabora en la Fuente del Moro, en esa misma plaza. Y es autor de dos fuentes más en la piazza Barberini, la Fontana del Tritone (fuente del Tritón) y la Fontana delle Api (fuente de las abejas), esta última con una inscripción en latín, que recuerda que es una fuente pública. También colabora con su padre, Pietro, en la Fontana de la Barcaccia en la piazza di Spagna.

Fuente de los Cuatro Ríos

Fontana de la Barcaccia

Bernini es el escultor de la procesión celestial que puede verse en los pretiles del puente de Sant´Angelo, todo un conjunto de ángeles portando los símbolos de la pasión. Es él quien incorpora a los santos católicos un código de elementos simbólicos, que hasta ese momento estaban reservados para los héroes militares. La escultura, al igual que la arquitectura, está concebida a mayor gloria de la Iglesia. Sus santos y ángeles se mueven sobre los altares, como los actores lo harían sobre el escenario. Como ejemplo “el éxtasis de Santa Teresa” en la capilla de los Cornaro en la iglesia de Santa María della Vittoria.

Puente de Sant´Angelo

Pero al convertir la arquitectura y la ciudad en escenografía, Bernini marco las pautas de las posteriores intervenciones que otorgan a Roma la fisonomía característica que posee. Como queda claro con la fachada diseñada por Pietro de Cortona para la iglesia de Santa María della Pace o la famosa “prospettiva” de Borromini en la galería del palacio Spada, pero sobre todo en la Fontana de Trevi de Nicola Salvi, donde el concepto escenográfico y teatral llega a límites inimaginables.

Fontana de Trevi
 
Y ahora, querido lector del Faro de Atocha, ¿sabrías decir cuál de las fotografías que ilustran este texto no está tomada en la ciudad de Roma?

José Ramos

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