En el siglo XVIII el viaje a Italia se convirtió en una experiencia transcendental para escritores y artistas. Se le conoció como el Gran Tour, e incluía la visita a las ciudades de Venecia, Florencia, Roma, sobre todo Roma, aunque también Nápoles y, algunos lo ampliaban a Egipto, Constantinopla, Atenas, cuando se trataba de viajes arqueológicos. Aquellos primeros “touristas” se sintieron seducidos por la historia y la cultura italiana, convirtiendo la visita a sus ciudades, villas y monumentos en un obligado itinerario de culto y sello de distinción para cuantos lo emprendían. Porque el viaje no se cumple hasta que, al regreso se cuenta a otros. En el siglo XVIII esta narración se ilustraba con dibujos realizados en los lugares visitados o con objetos recogidos. Hoy en día las fotografías son la mejor forma de dar testimonio de la realidad.
Vista de la ciudad de Roma con el monumento a Vittorio Emanuele al fondo. |
Los viajeros que solían realizar el Gran Tour eran de dos tipos. En el primer grupo se encontraban artistas, escritores o arquitectos, que sufrían el impacto de descubrir o reconocer lo imaginado. En el segundo grupo se encontraban jóvenes nobles y aristócratas, religiosos o eruditos, que iban bien provistos de mapas, guías y relatos de viajeros anteriores, que pretendían demostrar su veracidad.
Es cierto, que el turismo de masas que hoy recorre las ciudades italianas y sus paisajes, parecen alejar la atmósfera de recogimiento que los viajeros ilustrados y románticos esperaban encontrar. El espectáculo de las ruinas saturadas de turistas, que el nuevo viajero ilustrado encuentra en la actualidad, puede constituir un inconveniente si este no es capaz de abstraerse y mirar más allá.
Hoy más nunca, el viaje a Italia debe ser una aventura interior. El turista culto por Italia se siente heredero de la tradición clásica, debe tener presente que viajar por este país no es igual que viajar por cualquier otro. La experiencia italiana ha de marcarle profundamente, como lo hizo en el pasado a numerosos artistas e intelectuales. Si el viajero de hoy no es capaz de ese esfuerzo mental y sentimental, su viaje a Italia no será diferente de ese otro a Benidorm, Mallorca o Cancún de gran aceptación por el turismo de placer.
Florencia al atardecer. Torre del Palazzo Vecchio y Basílica de Santa Maria del Fiore. |
La mercantilización del turismo moderno ha reducido la experiencia de lo bello, destruyendo la posibilidad del descubrimiento, de la sorpresa y de la emoción ante el arte y el paisaje italiano. Pero todavía es posible la aventura intelectual y sentimental que constituyeron, en su momento, el Grand Tour y el viaje romántico a Italia.
Es verdad, que las condiciones han cambiado. Desde los medios de transporte, hasta la forma de realizar el viaje, la mayor parte del trayecto se realizaba en solitario, lo que permitía un aislamiento del contexto protector familiar, pasando por la duración del viaje, que normalmente obligaba a permanecer en Italia meses, a veces años. Tiempo necesario para dejar en el alma una huella indeleble.
Venecia. Vista del Ponte Rialto. |
El turista viajero debe percatarse de que su aventura italiana debe experimentarse con la profundidad y gravedad de un rito. Si hay algo que ha llamado la atención de los viajeros por Italia y, en especial Roma, es su capacidad de maravillar. Los primeros relatos medievales de viajes llevaban el titulo de Mirabilia urbis Romae, destacando el aspecto fabuloso de las maravillas que atesoraba la Roma pagana. La clave mágica se impone, pues a la racionalidad de la comprensión histórica. Está claro, que se impone “el turismo del alma” solo es necesario encontrar el momento y las circunstancias idóneas. Para nosotros, los luminosos días templados del mes de mayo, con sus cielos azulados, serán los mejores días para disfrutar de la romántica belleza de Venecia, del ambiente culto y sensual de Florencia, de los melancólicos paseos por las ruinas de la Roma Imperial o del esplendor de la Roma triunfante de los Papas. Y recordad, como he dicho más arriba, la magia del viaje no se cumple hasta contarlo.
José Ramos
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