El asno de oro, conocida también como Las metamorfosis, es una excelente y divertida novela en la que su protagonista, un mercader de Corinto llamado Lucio, nos narra en primera persona las peripecias sufridas a partir de un viaje emprendido a Tesalia. Víctima de su curiosidad y desconocimiento de las artes mágicas acaba convertido en burro. De este modo, llegará a ser testigo mudo de muy diversas aventuras, y desventuras, en un accidentado periplo en el que va cambiando de dueño (bandidos, mercaderes, soldados, timadores, etc.) mientras busca la manera de lograr la libertad y recobrar su forma humana.
Muchas reflexiones interesantes pueden extraerse de su lectura. Yo sólo sugiero dos. La primera de ellas, es la relación entre la novela y el ambiente religioso de la época. En ella, Apuleyo hace una encendida defensa del culto pagano a Isis, que por entonces pugnaba por sobrevivir frente a la expansión del cristianismo. A la vez, aparece una velada crítica al cristianismo que algunos estudiosos advierten en la propia figura del burro que recuerda el conocido Grafito de Alexámenos. ¿Sabrías decir por qué?
La segunda, la obligada referencia al famoso mito del romance entre Psique y Cupido, narrado entre los libros IV y V, donde el simbolismo religioso también es claro ("psyqué" es alma en griego). Las crueles hermanas de Psique personifican la estupidez de la avaricia: Nec sunt enim beati quorum diuitias nemo nouit (V, 10), dice una de ellas. ¿Sabes qué significa?
Nada puede sustituir el placer de la lectura del propio relato que podréis encontrar, con una interesante introducción, publicado en la editorial Gredos.
Ignacio Antón
¡Buenos días, Ignacio! Somos los alumnos de Segundo de Bachillerato que estudiamos Latín, Raquel Benavente y Jesús Rodriguez. Hemos traducido la frase que has escrito de la novela de Apuleyo, y dice lo siguiente :
ResponderEliminar`` Y, en efecto, no son felices aquellos cuyas riquezas nadie conoce ´´
Dejamos aquí un fragmento para que lo entienda el común de los mortales :
"Había transcurrido gran parte del día y ya no podía más, cuando me quitaron el collar de esparto y las cuerdas que me sujetaban a la máquina, para meterme en la cuadra. Pero allí, pese a que, extenuado, tenía necesidad de reparar fuerzas y pese a mi hambre canina, cedí a mi curiosidad natural: dejando para más tarde la comida abundante que se me había servido, examiné [ ...] cómo estaba organizado este horrible molino. ¡ Oh dioses bondadosos ! ¡ Qué pobres hombres eran ! Tenían la piel salpicada de cardenales, la espalda molida a golpes, [...] tenían letras marcadas en la frente, los párpados roidos por el negro humo de los hornos ...
¡Enhorabuena! Tenéis que sentiros afortunados de poder saborear el texto original. Y muchas gracias por el obsequio literario adjunto. Ánimo con vuestro estudio del latín, seguid así.
EliminarIgnacio Antón.